El último episodio de La Promesa dejó a muchos espectadores con un sabor agridulce, especialmente ante la compleja personalidad de Jimena, quien reveló más sombras que luces en su relación con Manuel. Su interpretación, marcada por una profunda ambigüedad, mostró un amor que, lejos de ser generoso y sincero, era posesivo y destructivo. Jimena insiste en que dio amor y cariño a “manos llenas,” pero sus palabras contrastan con la realidad de Manuel, quien, más que recibir amor, fue atrapado en una red de manipulación, desconfianza e inseguridad.
Los intentos de los Luján por integrarla y aceptar sus diferencias parecieron ser en vano. Catalina y Martina, pese a sus esfuerzos por acercarse, fueron rechazadas por Jimena, quien solo buscaba dominar a Manuel y tenerlo bajo su control. La joven despreciaba especialmente a Catalina, a quien veía como una amenaza debido a su carácter libre e independiente, una mujer ajena a las normas de una sociedad que Jimena, junto a Cruz, buscaba imponer.
Sin embargo, el dolor más desgarrador fue la indiferencia de Jimena ante la pérdida del bebé de Catalina. Mientras todos empatizaban con el dolor genuino de la mujer, Jimena estaba más enfocada en proyectar su propio sufrimiento, uno que muchos comenzaron a ver como una fachada. A pesar de las intenciones de Manuel de salvar su matrimonio, Jimena optó por mantenerse en su rol de víctima, evitando asumir sus errores y buscando justificar sus fracasos.
Este capítulo reveló a una Jimena atrapada en su propio destino, carente de la autocrítica necesaria para liberarse y avanzar. Su historia deja una lección: las cadenas que ella misma creó para otros terminaron atándola en un ciclo de insatisfacción y soledad.